21 de julio

Se ve que me acostumbré a lo bueno y hoy estoy en un hotelaco a todo trapo con piscina y jacuzzi. Eso sí, me he notado bien muertito tras la etapa infernal de ayer y sin mi cateye. Sólo me he visto bien en la subida final a Covilhá, otra vez a las puertas del cielo y con ese romántico empedrado de granito que tan cómodo resulta sobre la bicicleta.








La ciudad de Covilhá no tiene nada de atractivo. Un par de iglesias y un sinfín de cuestas interconectadas con las escaleras y pasarelas más creativas que se puedan imaginar. Plan a partir de ahora: como mi secretaria en España (te quiero, Dieguito) me ha pasado las altimetrías de las etapas (esas que nunca imprimí antes de salir, por las prisas), voy a cenar, a estudiar las dois etapas hasta Cáceres y a dormir. Mañana desayuno incluido, así que tendré que birlar existencias para mis dos próximas (¿o una sola?) noches de campismo.
¡He comprado Tang, qué ganas de que me dé alas en las subidas más «corajosas»! (¿¿existe esa palabra??).



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